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domingo, 5 de diciembre de 2010

Perfect is imperfect

Señores me complace informales que me estoy quedando sin textos para actualizar.

Ahi va un one shot que hice hace tiempo a partir de una de mis multiples historias


Una noche en París

Esa noche me detuve a observar el paisaje nocturno de París.


Alojados en uno de los mejores hoteles del centro de Francia, con vistas a la Torre Eiffel.

La torre se alzaba elegante y orgullosa, rasgando y brillando el cielo nocturno, haciendo que todo lo demás pareciese insignificante y carente de valor alguno. Como la joya central de un collar elegante, sin duda alguna la torre sería la piedra preciosa de más valor.

El resto de edificios, eran pequeñas luces que se concentraban alrededor de la gran torre, como si quisiesen admirarla y algún que otro iluso soñaba con alcanzar su grandeza.

El paisaje era una de las cosas más bellas que recordaría durante toda mi vida y también lo que sucedió aquella noche.
Después de que Jared se fuese con Lisa, fui a darme un largo y placentero baño.
El cuarto de baño era gigantesco, el suelo era de mármol negro, duro y frío, que contrastaba con los azulejos blancos que revestían el cuarto.
Todas las piezas del baño eran de un blanco marfil impoluto, con pequeños adornos de acero.
Aquel lugar daba una sensación de pulcritud y paz, que hacía tiempo que no sentía.
Llené la gigantesca ducha de agua caliente y dejé un par de toallas a mi disposición.
Cuando el agua estuvo a punto, cogí uno de los pequeños botes que descansaban en el borde de la bañera.

En un vano intento, leí la etiqueta del bote, estaba todo en francés y entendí que contenía rosas o extracto de estas, pero por el olor deduje que era una especie de gel o champú.

Vertí un poco en el agua caliente, poco a poco me desnudé y fui entrando en la bañera.

Cuando ya estuve dentro, mis músculos se relajaron y una sensación muy agradable recorrió mi cuerpo.

Me hundí una y otra vez en el agua, para aislarme del terrible mundo que fuera de este cuarto me aguardaba. Bajo el agua había un silencio inquebrantable, y sentía que era solo mío, al no necesitar respirar permanecí un buen rato, meditando.

Durante el naufragio por mis turbios pensamientos de cuando era humana, encontré algunos de mi niñez, y me dedique a observarlos uno a uno.
El primero fue mi cumpleaños, a los seis años, en el jardín de mi casa con un montón de niños que era capaz de reconocer, pero con el paso de los años le había perdido la pista.
Mis padres, ambos más jóvenes y felices, llevaban a cuestas una enorme tarta con mi nombre escrito en ella y seis velitas. Todos los niños se amontonaban a mí alrededor y cantaban, cuando terminaron, cerré los ojos con fuerza y soplé las velas, todo el mundo aplaudía y los niños sonreían o gritaban de alegría.
Desapareció el recuerdo y le sustituyó otro.
Éramos mi padre y yo, posiblemente una tarde de verano. Yo estaba subida a mi bici, aferrandome a ella con fuerza y tambaleándome ligeramente
Mi padre me susurraba algo al oído y yo asentí levemente, conservando la expresión de miedo en mi aniñado rostro.
Empujó la bici y comencé a pedalear sola, cada vez más rápido, hasta que pude dar la vuelta y bajar para poder abrazar a mi padre y darle las gracias.
Así una sucesión de innumerables y doloros recuerdos de mi niñez.
Salí a la superficie de nuevo, y me dediqué a observar el paisaje nocturno parisino, desde el gran ventanal del baño.
En el borde del ventanal había un jarrón con rosas, cogí una y comencé a deshojarla, sumiéndome de nuevo en mis pensamientos.
Me planteé como llegué hasta esta situación, que habría pasado si no hubiese ido al Darmouth Palace aquella noche, y como habría sido mi vida sin no me hubiese convertido en lo que soy.
Todo eso me deprimía así que aislé mis problemas y volví a la realidad.
El agua estaba cubierta por decenas de pétalos rojos carmesí que surcaban el agua, con una tranquilidad y elegancia envidiables.
Salí del agua y me sequé. Pude oler el leve aroma a rosas que despedía mi pelo y mi piel de porcelana. Me puse la ropa interior, sin reparar mucho en el pelo aún algo húmedo y salí a buscar algo de ropa cómoda a mi maleta.
No tenía nada a simple vista y no se me apetecía desarmarla, ya que mañana por la tarde partiríamos hacia Berlín.
Alguien tocó la puerta.
-¡Voy!-grité, mientras corría hacia el cuarto de baño para ponerme uno de los blancos albornoces que habían dejado colocados.
Me arreglé un poco y abrí un poco la puerta para ver quien era a través de la pequeña abertura.
Era Jared, estaba apoyado en el marco de la puerta, con una pose un tanto chulesca a la par que tremendamente provocativa.
-Ah…-dije algo decepcionada-eres tú.
-¿Esperabas a alguien?-preguntó con curiosidad.
-No, la verdad.
Lanzó su chaqueta y corbata lejos, y estas cayeron cerca de la ventana.
Se acercó con un sigilo estremecedor y cogió uno de mis mechones de pelo.
-¿Te has-olió el mechón- dado un baño?-preguntó.
Estaba completamente paralizada, había algo en su voz que hacía que temblase de puro terror, pero a la vez me atraía y hacía que se me pusiese la piel de gallina.

Me di la vuelta despacio y encontré su rostro separado del mío por unos escasos milímetros.

Sus ojos brillaban de manera amenazante a la vez que atractiva, sin abandonar su característico toque pícaro e irónico.

Me acorraló contra la pared, desvié mi mirada hacia su camisa blanca, la cual estaba media abierta y dejaba ver su pecho, en el cual descansaba su cruz de plata engarzada con unos diminutos brillantes de color verde esmeralda.
Puso su mano bajo mi barbilla y me obligó a mirarle a la cara. Su rostro revelaba que tenía sed de sangre y quizás de algo más.
Con la rapidez que le caracterizaba, me inmovilizó y acorraló hacia una de las esquinas de la habitación.

Por fin, desde ya hace mucho tiempo, mis sentimientos afloraron de nuevo. Permanecían encerrados en lo más profundo de mi corazón, debilitándose y apagándose, hasta casi extinguirse.

Noté miles de sensaciones recorriendo mi cuerpo como descargas eléctricas.

Estaba perdida en mitad de un frenesí.

Pronto me percaté de que mis sospechas eran ciertas, había venido aquí impulsado totalmente por instintos puramente carnales y lujuriosos. Note como sus dedos dejaban apartaban el albornoz con delicadeza, el cual se iba deslizando poco a poco por mi hombro y continuando la silueta de mi brazo. Siguió el mismo recorrido que la suave tela, besándome con suavidad, demostrándome en cada beso los acontecimientos que me tenía reservados para esta noche.

Quizás debía pararle, pero no podía. Quería decirle que se detuviese, pero solo lograba emitir patéticos mensajes sin coherencia alguna entre cada suspiro de placer.
Con un suave tirón, el albornoz de deslizó hasta casi mostrar mis pechos, pero en vez de continuar el camino que seguía la tela, decidió subir hasta mi oreja y descargar una pequeña risa al ver la reacción que tuve cuando la suave tela descendió tan bruscamente.
Me pegué más a su cuerpo para ocultar mi evidente desnudez. Divertido por la situación me preguntó:
-¿Por qué te escondes? Ya te había visto desnuda antes-recorrió mi cuello con su lengua, muy despacio, y volvió a retomar la pregunta-¿A caso…sientes vergüenza?

Hubo un silencio incómodo, me vi incapaz responder. Sentí que dejó de concentrarse en mi cuerpo y busco mi rostro y mis ojos para clavarse en ellos, con una mirada burlona y picaresca.

Al no obtener respuesta, continuó donde lo había dejado.

Me separó un poco y me susurró algo al oído, estaba demasiado perdida en el momento como para percatarme de lo que dijo.

En un principio me negué, pero en el fondo lo deseaba con locura, deseaba acelerar el proceso lo más rápido posible, de nada serviría por que le conocía desde hace tiempo y no es la primera vez que se daba esta situación sabía que se tomaba las cosas con calma y atesoraba cada expresión, movimiento, palabras o gemidos en su memoria.

Con la paciencia que le caracterizaba, sujetó uno de mis brazos con cuidado, como si fuese una valiosa pieza de porcelana y lo sacó con lentitud de la manga y repitió el proceso con el otro brazo mientras me besaba y mimaba.
Le abracé aun más fuerte, ahora el albornoz se sostenía a duras penas con el nudo que le había echo en un principio, pero este no tardaría en desaparecer y hacer que toda la tela que me cubría la cintura y mis piernas se desplomase.
Escondí mi rostro en su pecho, me sujetó con fuerza alrededor de su cuerpo y su otra mano comenzó a deslizarse por mi espalda, de principio a fin, dibujando trazos complicados y siguiendo las curvas de mi cuerpo con sus dedos.
-Vaya-su voz me sobresaltó-pero si estás temblando…dudo que tengas frío.
Utilizaba un tono burlón, con una voz suave y monocorde, pero a su vez mordaz.

Había algo que se me escapaba, algo en su voz que causaba un miedo irracional en mí y hacía que temblase sutilmente.

Estaba asustada y no podía huir.
Y mi cuerpo no opinaba lo mismo que mi mente, este quería corresponderle y actuar con seguridad y sensualidad, pero debido a la batalla que mantenía con mi cerebro solo lograba que mis movimientos fuesen torpes y tímidos.
-Um…-ronroneó en mi oído-hoy te haces de rogar ¿eh?
Respondí sin saber lo que decía:
-La verdad…-miré a mi alrededor e intenté controlar el temblor de mi voz- estoy un poco…incómoda.
Vaciló un momento, ya que no se esperaba esa respuesta. Pero él sabía como salir de cualquier situación que se le presentase:
-Lo siento, es verdad que te tengo un poco- por primera vez observó la posición en la que estaba- “acorralada”
Sonrió y me sujetó por la cintura, retrocedió lentamente, llevándome consigo y de repente sucedió algo que no me había esperado.
Noté una presión en mis caderas, y sentí como me alzó con facilidad para colocarme en su cintura, a la cual me enganché usando mis piernas sin pensármelo. Ahora él tenía una parte de su espalda apoyada en la pared y le miré, desconcertada por la rapidez de sus actos.

-¿Mejor?-sonrió.
Asentí, aún confusa.
-Yo creo que no…-susurró. Deshizo el nudo del albornoz y este terminó de separarse por completo de mi cuerpo.
Sentía como ardía a causa de la vergüenza, él continuaba inspeccionando las curvas de mi cuerpo, con lentitud. Desde mi pecho, hasta mi cintura y caderas para luego acabar en mis muslos.

Me enredé en torno a él lo más que pude, coloqué mi rostro a su altura y le besé apasionadamente, casi con furia. Había pasado de la timidez a lo salvaje en poco tiempo. La situación me recordó a la primera vez que ocurrió esto, justo hace cuarto años.
-Por fin reaccionas-murmuró contento.
Me separé y le sonreí. Descendí por sus caderas hasta que mis pies tocasen el suelo y le empujé contra la pared.
-Ahora es cuando la cosa empieza a ponerse interesante-le susurré de manera sensual al oído.

De un solo tirón terminé de desabrochar su camisa, varios botones salieron disparados en varias direcciones, pero poco importaba la ropa ahora, era tan sólo un obstáculo más en el camino.
Besé todo su cuerpo, hasta donde me permitieron sus prendas. Ahora él era el sorprendido, pero se adaptaba con rapidez a mis cambios, besos y caricias.
Continuamos bastante rato, jugando con nuestros cuerpos, probándonos continuamente, ensimismados con el cuerpo del otro, besando y lamiendo en nuevos puntos que habíamos encontrado, susurrándonos las frases más sugerentes y gimiendo casi sin control alguno.
Mis manos que luchaban contra su pantalón se detuvieron, cuando un repiqueteo en la puerta llamó mi atención. Me quedé inmóvil, tratando de averiguar de quién se trataba.
Jared se separó y se puso a mi lado, intrigado a la vez que molesto por la visita.
Entre gruñidos recogió su ropa y se la puso, le imité y me abroché el albornoz me mantuve a distancia de la puerta, colocada justo a sus espaldas.
Pero antes de que abriese la puerta se abalanzó contra mis labios y nos besamos con la misma pasión que se había desvanecido hace unos segundos. Lamió y besó mis pechos y mi cuello, llegó hasta el lóbulo de mi oreja el cual aprisionó con suavidad entre sus dientes y murmuró:
-Esto acabará enseguida.
-Lo dudo-gemí a causa del tono que había empleado al hablarme- creo que va para largo.
Le besé de nuevo y se olvidó por unos segundos de la puerta y acarició y apretó con furia mis muslos y caderas.
-Ya nos ha oído-gruñó molesto y me dio un beso rápido- Se paciente.
Casi furioso, abrió la puerta esperando encontrarse a alguien a quien pudiese despachar rápido y continuar donde lo habíamos dejado. Pero para sorpresa de los dos, no era ningún botones despistado, ni ningún camarero del servicio de habitaciones equivocado. Se trataba de Lisa y como había predicho, iba para largo.
Jared le invitó a pasar, prácticamente con gruñidos e intentando controlarse para no plantear ninguna escusa tonta para echarla. Se sentó en el borde de la cama impaciente por lo que Lisa tenía que decir, le imité y me rodeó la cintura con el brazo, mientras su mano aún se movía tratando de continuar lo que había ocurrido momentos antes de su aparición.

Sin ganas nos dispusimos a escuchar y a desear que fuese rápido lo que tenía que comunicarnos.

Acababa de despejar todas mis dudas sobre Lisa: Era el ser más inoportuno sobre la faz de la Tierra.

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